Las citas en la madrileña calle Huertas —tan maravillosas,
evocadoras y brillantes— cumplen con un patrón claro: están escritas por autores de
renombre que tuvieron una relación más o menos fuerte con la capital española y
que son exclusivamente masculinos.
A raíz de darme
cuenta de la ausencia de mujeres en la calle Huertas, se me ocurrió una forma
de protesta pacífica que compartí con los otros miembros de la asociación Orbita Diversa, quienes me
apoyaron desde el principio para su desarrollo, convocatoria y difusión. Dentro
del proyecto «Creadoras: Mujeres que cambiaron el mundo» y gracias a la ayuda
de Ofelia E. Oliva López y César DM, el
pasado 7 enero nos juntamos un buen puñado de mujeres para recorrer la calle
Huertas durante dos preciosas horas y leer fragmentos de libros de pluma
femenina, mientras íbamos escribiendo citas de escritoras
con tiza en el suelo, acompañando a las de sus iguales masculinos. A
la par, lanzamos una petición en change.org en la que solicitamos al
Ayuntamiento de Madrid que incluyera citas de mujeres en Huertas, como medida
de igualdad en los espacios públicos. La repercusión fue apabullante: en menos
de dos semanas, nuestra petición se aprobó en el pleno de la Junta del Distrito
Centro, con lo que las frases de reputadas escritoras brillarán en la calle
Huertas en un futuro no muy lejano.
Y es que las calles están completamente masculinizadas, y no por
meritocracia, como muchos alegan, sino por la ardua tarea secular de
invisibilización de las mujeres. Es decir, no hay frases de mujeres —ni apenas calles, ni
plazas, ni nada de nada—, porque se ha ninguneado a la mujer históricamente y no se ha
valorado su trabajo, por muy espléndido que fuera. De las frases de Huertas, el
nivel literario de algunos autores elegidos, como Nicolás Fernández de Moratín,
es críticamente más bajo que el de muchas autoras ausentes, como la gran Emilia
Pardo Bazán, precursora del naturalismo español y, además, del feminismo en
nuestro país.
En consecuencia, se hace necesaria una revisión de lo que hemos
aprendido hasta ahora: no podemos seguir aceptando una historia narrada exclusivamente
desde el punto de vista masculino, con todo lo que ello implica. Es decir,
aceptar la versión masculina de los hechos como única implica sesgar la
realidad y asfixiar la verdad. Se trata ciertamente de un arma muy poderosa: si
se enseña que los hombres eran fuertes y destacables y las mujeres débiles y
mediocres, aprenderemos que los hombres son quienes tienen y merecen el éxito.
Por eso hay un interés cada vez mayor en lo que se denomina herstory,
esto es, la historia contada desde una perspectiva feminista, para visibilizar
así los roles de las mujeres en la historia. La palabra herstory nació en los años 70
como oposición a history —«his», en inglés, es un
pronombre posesivo masculino; «her», su equivalente
femenino— en
un juego de palabras que ignora deliberadamente etimología de «historia». Por eso, es necesario reescribir la historia reviviendo las
voces femeninas, para así acercarnos más a la verdad: la narración exclusiva de
la mitad de la población no puede considerarse de ninguna manera válida —quizás sí verosímil, eso
sí: la historia narrada de una manera tan sesgada representa a la perfección la
opresión de las mujeres a manos de los hombres—.
Esta tarea de reescritura ha de llevarse a varios niveles, en un
esfuerzo que finalmente ha de acabar en normalización. Al feminizar los
espacios públicos, solo se pretende que haya una presencia más fuerte que la
actual de las mujeres, para que sea así con el tiempo similar a la de los
hombres y, por ende, haya una representación mucho más justa.
Pero no solo hay que realizar esta tarea de feminización en las
calles, sino que ha de incluirse en la educación. No puede ser que en los
libros de literatura del instituto solo aparezca una escritora, frente a las
decenas y decenas de escritores, como ocurre, por ejemplo, con el libro de
texto de mi hermana de quince años. Cuando mi hermana se quejó sobre la
situación, la profesora le ofreció hacer una exposición sobre tres escritoras
para subir nota. Carmen Laforet, Teresa de Ávila o Rosalía de Castro no pueden
enfocarse como una subida de nota, sino que han de ser estudiadas con el mismo
rigor que nuestros escritores. En niveles educativos más alto hay, ciertamente,
cada vez hay más interés (y opciones) por ofrecer estudios feministas, pero las mujeres
no se pueden quedar enclaustradas en asignaturas exclusivamente sobre ellas,
sino que tienen que ocupar otros espacios didácticos. En la actualidad la
narración sobre el trabajo de las mujeres en las aulas universitarias es más bien
escasa y, desde luego, insuficiente. Así, hay que incluir con ahínco autoras, científicas,
artistas, exploradoras, expertas, etcétera en los programas, de un modo no impostado,
sino de manera natural.
Con una representación femenina digna en las aulas y los espacios
públicos, las mujeres del presente y del futuro se empaparán de los referentes
y se empoderarán, trazando así un camino férreo hacia la igualdad.
Patricia Martín Rivas
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