En este nuestro siglo XXI es
importante seguir las huellas de las aportaciones que se han venido haciendo en
el siglo anterior con vistas a lograr la igualdad de género y, en general, el
reto de que la mujer logre que su dignidad, igual a la del hombre, sea
reconocida en todas las instituciones y
en todos los países.
En ese sentido, hemos de recordar los avances
que, al menos intencionalmente, se produjeron durante la IV Conferencia Mundial de la Mujer que se celebró
años atrás. Con ella se abrió una perspectiva más general de la realidad y de los problemas de la mujer
en su conjunto, base firme para incentivar una reflexión sobre las perspectivas
de la condición femenina en nuestro
tiempo.
Por desgracia, somos herederas
de una historia de enormes condicionamientos que, en todos los tiempos y en
todos los lugares, han dificultado el camino de la mujer, despreciada en su
dignidad, olvidada en sus prerrogativas, marginada frecuentemente e incluso reducida a la esclavitud, lo que le
ha impedido ser profundamente ella misma y ha empobrecido a la humanidad entera
privándola de sus auténticas riquezas
espirituales.
Pero no es hora de buscar
responsabilidades, sino de intentar soluciones efectivas que lleven a la mujer a
liberarse de esa discriminación por la que se siente oprimida en no pocos
lugres.
Y con esa perspectiva se me
ocurre mirar hacia África.
¿Os imagináis ser mujer y vivir en África?
Seguro que alguna me diría: “sólo de pensarlo
me da escalofríos”
Por si no lo sabíais, la década 2010-2020 de
la mujer africana, supone un gran acontecimiento para las mujeres africanas y
un elogio a la Unión Africana por el reconocimiento de la DMA. Además, el director de la OMS en África, Luis
Sambo, afirmó en una conferencia de ministros de Sanidad en Camerún que “las
mujeres constituyen un eslabón clave en la cadena del desarrollo”.
Así pues, hoy en día parece reconocerse que
el avance de la mujer en África es una condición sine qua non para el
desarrollo del continente. Sin embargo, tanto en las sociedades africanas
tradicionales, como en las sociedades urbanas, predominan, como en los otros
cuatro continentes, las sociedades en las que la situación social de la mujer
es inferior a la del hombre en muchos aspectos de su vida familiar, cultural y
política.
Pero lo importante es preguntarse: ¿y cómo se pueden
paliar estas deficiencias?
Yo quiero traer ahora a vuestra consideración
la enorme y difícil labor que está realizando una mujer africana que se ha
empeñado en mejorar la condición femenina en una zona de este continente mediante la escolarización y,
concretamente, mediante la formación
profesional.
La mujer de la que os quiero hablar es la
economista nigeriana Ezinne Ukagwu,
que ha dedicado los últimos veinticinco años de su vida a educar a la mujer, y
no solo en su realidad profesional, sino, en lo que quizá sea más importante,
en valores y en principios éticos. Su esfuerzo ha sido reconocido con la
concesión del premio Harambee a la Promoción e Igualdad de la Mujer en África.
Ezinne Ukagwu tuvo que superar un camino
lleno de dificultades hasta conseguir la creación del Centro de Formación
Profesional de Irota (Ogún) y conseguir que sus resultados tuvieran
consecuencias efectivas en el ámbito de la sociedad nigeriana.
Como ella misma ha relatado, quizá la primera
dificultad con la que esta economista tropezó fue el rechazo de la
comunidad que ocupaba aquel territorio,
pues “se encontró con una sociedad muy cerrada y que desconfiaba de sus
intenciones”. Además, se trataba de una
sociedad profundamente machista “que relegaba a la mujer a un segundo plano y
no concebía que trabajase fuera de casa”. Ahora, al cabo de los años, este
trabajo de cooperación está en marcha y un buen número de mujeres nigerianas
han podido mejorar su vida en todos los sentidos.
En estos días, una vez encarrilado su primer
objetivo, los esfuerzos de Ukagwu están dirigidos a conseguir “la concesión de microcréditos
que impulsen iniciativas locales, así como fármacos para la población rural,
que resultan muy caros y a los que no pueden habitualmente acceder”.
Esta economista emprendió su proyecto
prácticamente en solitario, pero su tesón ha servido como ejemplo a otras
universitarias que, con distintos grados de implicación y diversos perfiles
académicos, se han centrado en ayudar a la mujer a gestionar
su propia empresa y, lo que parece más importante, su propia vida,
contribuyendo así al desarrollo de las personas y de la sociedad en su conjunto.
En mi opinión, la lucha que está llevando a
cabo esta nigeriana por universalizar el derecho a la educación es la forma más eficaz de acabar con la
dependencia de la mujer con respecto al hombre, y con su exclusión social. Como
ella misma dice: “la formación de las mujeres es un efecto dominó que facilita
el desarrollo de las personas y de la sociedad en su conjunto”.
Nosotras, desde nuestra
posición en la Universidad, estamos abocadas a esto: a sostener a la mujer que
quiere escapar de una situación de abuso, si es que la hubiere,
y a prepararla para defender su dignidad en todos los ámbitos de nuestra
sociedad. El resultado dependerá de nuestro esfuerzo y de nuestra ilusión, y de
que las mujeres que nos encontremos deseen de verdad salir de una situación
injusta.
María Luisa Arribas Hernáez.
Profesora Titular de Lengua Latina de la Facultad de Filología de la UNED.
Miembro de la Comisión para la Igualdad.
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