En
España, existió una primera crítica de arte feminista, aproximadamente entre
1875 y 1936, que aportó una nueva perspectiva al análisis
y la interpretación de las llamadas artes femeninas: las labores de aguja y la
moda. Unas artes, éstas, que consideró en una doble vertiente, a la vez, como
medio de liberación y de opresión de las mujeres, quienes las han practicado de
forma mayoritaria y con quienes tradicionalmente se han relacionado atendiendo
a sus supuestas características y funciones naturales.
La crítica de arte feminista empezó en
nuestro país cuando se produjo la incorporación de las mujeres a la escritura
profesional, el desarrollo de la crítica de arte y la difusión del feminismo y
terminó con el estallido de la Guerra Civil. Esta fue una crítica artística que
cuestionó por primera vez las tradicionales relaciones entre el arte y la
mujer. Las artes menores ―femeninas― eran consideradas
útiles, manuales, repetitivas, amateurs y mal pagadas o gratuitas; mientras
que, al contrario, las artes mayores ―masculinas― eran juzgadas bellas,
intelectuales, originales, profesionales y bien remuneradas.
Las escritoras pioneras más
importantes de esta crítica fueron: Emilia Pardo Bazán, Carmen de Burgos Colombine,
María Martínez Sierra y Margarita Nelken. Aunque pertenecieron a distintas
generaciones y tuvieron diferentes ideologías, todas ellas estuvieron
enormemente comprometidas con el feminismo y se dedicaron, en mayor o menor
medida, al estudio del arte y la artesanía. Estos intereses se aunaron en
muchos de sus textos y les aportaron un novedoso enfoque: analizaron y
denunciaron la desigualdad de la mujer en el ámbito artístico en razón de su
sexo ―hoy en día diríamos género, utilizando una terminología más actual―.
Si
bien aludimos a un número concreto y limitado de escritoras, no se trata de casos aislados o excepciones, pues, junto a ellas,
hubo un grupo considerable de sobresalientes autoras que también abordaron la
cuestión de las mujeres y el arte, aunque de forma menos decidida y más
esporádica, entre las que cabe destacar a Concepción Gimeno de Flaquer, Carmen
Baroja, Sofía Casanova, Concha Espina e Isabel de Palencia. Creemos que se
trata de una muestra pequeña, pero representativa, de las numerosas mujeres que
se acercaron a este tema, que esperamos que futuras
investigaciones recuperen y den a conocer.
Nuestras cuatro autoras contribuyeron a la divulgación de las
labores de aguja y la moda al darlas a conocer entre el gran público, en
especial, a través de sus artículos periodísticos, manuales femeninos y ensayos
feministas; en los que se ocuparon de aspectos tanto teóricos como prácticos. Respecto
a sus opiniones sobre estas actividades, debemos poner de relieve que mostraron
posturas contrapuestas, que fueron desde la idealización hasta la crítica más
contundente.
Con el fin de revalorizar
las labores femeninas utilizaron varios medios. El más común consistió en
equiparar las artes femeninas a las artes mayores, sobre todo a la pintura,
pero también a la escultura y a la arquitectura; recalcando su valor artístico,
social y económico de primer orden e incluyéndolas en el devenir histórico del
resto de las manifestaciones y corrientes artísticas. También defendieron que
tenían un origen muy antiguo, que se remontaría a los primeros tiempos de la
humanidad, anterior incluso a la mayoría de las expresiones culturales. Otro
medio que utilizaron para elevar su consideración se basó en aludir a «voces
autorizadas», es decir, a escritores prestigiosos que se habían dedicado a su
estudio, así como a pintores que habían puesto una gran atención y se habían
inspirado en ellas, y viceversa, es decir, obras de arte femenino que estaban
muy influidas por obras literarias o artísticas de primer orden.
Sin embargo, y al mismo tiempo,
fueron muy críticas con ciertos aspectos de estas artes. Denunciaron los
numerosos y graves problemas que podían causar en la salud femenina, sobre todo
en la vista, a consecuencia de las malas condiciones en que trabajaban, con
escasa iluminación e higiene. También se preocuparon por el elevado número de
horas que ocupaban a las mujeres, de la clase media pero sobre todo de las
obreras, pues muchas de ellas tenían jornadas interminables, y por su escasa
retribución, cuando se pagaban. De igual modo, rechazaron el sedentarismo, la
pasividad y el aislamiento a los que estas labores avocaban a las mujeres, pues
a menudo eran actividades rutinarias, mecánicas y de gran dureza que se
cultivaban en la reclusión del hogar.
En relación con las labores de aguja,
lamentaron el exceso de dedicación de las jóvenes de las clases acomodadas a
éstas, sobre todo, en la medida en que iba en detrimento de otras actividades
como el estudio o la lectura, que las autoras consideraban más provechosas. En
lo relativo a la moda, protestaron contra el uso de determinadas prendas
femeninas, en especial del corsé, que dificultaba sus movimientos, mientras que
exigieron un tipo de vestimenta que se adaptara a la vida moderna, que fue
introduciendo importantes transformaciones en sus costumbres; particularmente
en lo relativo al trabajo, la práctica de los deportes y los viajes. Aparte,
criticaron la «esclavitud de la moda», es decir, la excesiva importancia que
las mujeres daban al atuendo y a la apariencia en general, así como los
constantes cambios y gastos que éste exigía, y que venían impuestos por los grandes
modistos estaban muy alejados de sus gustos y necesidades.
Ahora
bien, creemos que no se puede hablar de una corriente crítica de arte feminista
en el sentido de un grupo cohesionado, ni siquiera en la década de los veinte y
los treinta del siglo XX, cuando el feminismo cristalizó en España y se
constituyó como movimiento; ya que entre las distintas autoras no hubo debate
en lo relativo al tema concreto de las mujeres y el arte. Como, por otra parte,
sí hubo controversia o intercambio de ideas en otros asuntos de carácter social
y político como el divorcio o el sufragio femenino. Así pues, en lo que
respecta al arte fueron individualidades que trabajaron de forma aislada y
cuyas ideas no tuvieron continuidad debido al estallido de la Guerra Civil y a
la posterior instauración del Franquismo. Además, al tratarse de los primeros
pasos de esta crítica, sus textos reflejaron forzosamente ideas vacilantes y
contradictorias, como resultado de la falta de un aparato teórico y
metodológico desarrollado.
La
constatación de la existencia de una primera crítica de arte feminista española
contribuye al enriquecimiento de la crítica y la historiografía del arte, que,
hasta entonces, había sido escrita solo por hombres y, por tanto, con un
enfoque parcial y subjetivo que escondía una determinada concepción ideológica
y política, privilegiando la creación artística de los varones y marginando la
de las mujeres. Nuestras autoras pusieron en tela de juicio la autoridad
masculina y socavaron algunos de los fundamentos y principales categorías de estas
disciplinas, como eran la jerarquía artística o el menosprecio de las artes
femeninas; restrictivos y excluyentes. A pesar del tiempo transcurrido y de los
notables avances que ha experimentado la situación de las mujeres en España, en
general, y en el ámbito artístico, en particular; buena parte de sus ideas
siguen teniendo una enorme actualidad, ante todo, en lo que concierne a la
adscripción de las mujeres a artes que se consideran inferiores y al menor
reconocimiento de las creaciones femeninas.
África Cabanillas Casafranca
Dra. en Historia del Arte por la UNED
Ganadora del XX Premio Elisa Pérez Vera