martes, 16 de junio de 2015

En el Principio fue el Signo, luego vino la Palabra...

Empezamos a recopilar información sobre el mundo a través de las manos, entendemos al adulto por sus contorsiones faciales, solicitamos información mediante los deícticos, sin embargo el entorno tiembla con la emisión de nuestra primera palabra, elaborada con pánico y gemido. Y es que la palabra es eterna, no en vano, los dioses eran «verbo», es decir la palabra en su movimiento mismo de decir, de nombrar, de enunciar, de manera que a partir del momento que pronunciamos la primera palabra creamos el mundo diciéndolo, nombrándolo, enunciándolo.

   El principio presupone pues la palabra, pero no tanto temporal como lógicamente, porque antes de ella ya hubo acto de enunciación, pero no a través de la palabra, sino del signo. La palabra, nace para diferenciar lo real de un mundo sonoro y para darle sentido, los signos enunciados y pronunciados se encarnan en el acto de habla. El signo, como primer acto de conciencia, permanece diferenciándose de lo real en un mundo insonoro y para darle sentido, los signos se amalgaman en una dimensión simbólica conformando un sistema de signos que también dan lugar a una lengua.